58

    
    Como todas las tardes a aquella hora, el hall del hotel estaba animado y repleto. Repleto de extranjeros, de señoras con perlas y hombres de lino y de uniforme; de conversaciones, olor a tabaco selecto y botones ajetreados. Repleto también probablemente de indeseables. Y uno de ellos me esperaba a mí. Aunque simulé una reacción de grata sorpresa, la piel se me erizó al verle. En apariencia era el mismo Manuel da Silva de los días anteriores: seguro de sí mismo con su traje perfecto y las primeras canas presagiando su madurez, atento y sonriente. Parecía el mismo hombre, sí, pero su simple visión me provocó tanto rechazo que tuve que frenar el impulso de volverme y salir corriendo. A la calle, a la playa, al fin del mundo. A cualquier sitio lejos de él. Antes todo eran sospechas, aún había espacio para la esperanza de que bajo aquella apariencia atractiva hubiera un ser decente. Ahora sabía que no, que los peores presagios eran lamentablemente ciertos. Las suposiciones de los Hillgarth se habían confirmado en el banco de una iglesia: la integridad y la lealtad no casaban bien con los negocios en tiempos de guerra y Da Silva se había vendido a los alemanes. Y, por si eso no fuera suficiente, había sumado al trato un añadido siniestro: si los antiguos amigos molestaban, habría que quitarlos de en medio. Recordar que Marcus estaba entre ellos me hizo volver a sentir pinchazos de alfileres en las entrañas.
    El cuerpo me pedía escapar de él, pero no pude hacerlo: no sólo porque un carro cargado de baúles y maletas bloqueara momentáneamente la gran puerta giratoria del hotel, sino por otras razones mucho más contundentes. Acababa de enterarme de que veinticuatro horas más tarde Da Silva tenía previsto agasajar a sus contactos alemanes. Aquélla sería sin duda la reunión que había anticipado la esposa de Hillgarth y probablemente en ella circularan todos los detalles de la información que los ingleses ansiaban conocer. Mi siguiente objetivo era intentar por todos los medios que me invitara a asistir a ella, pero el tiempo corría ya en mi contra. No tenía más remedio que huir hacia delante.
    -Te acompaño en el sentimiento, querida Arish.
    Durante un par de segundos no supe a qué se refería. Probablemente interpretó mi silencio como una reacción emotiva.
    -Gracias -musité en cuanto caí en la cuenta-. Mi padre no era cristiano, pero a mí me gusta honrar su memoria con unos minutos de recogimiento religioso.
    -¿Tienes ánimo para tomar una copa? Tal vez no sea un buen momento, pero me han dicho que has pasado por mi despacho un par de veces y he venido tan sólo a devolverte la visita. Disculpa, por favor, mi ausencia repetida: últimamente viajo más de lo que me gustaría.
    -Creo que me vendrá bien tomar algo, gracias, ha sido un día largo. Y sí, he pasado por tu despacho, pero sólo para saludarte; todo lo demás ha marchado perfectamente. -Haciendo de tripas corazón, logré rematar la frase con una sonrisa.
    Nos dirigimos a la terraza de la primera noche y todo volvió a ser igual. O casi. El atrezzo era el mismo: las palmeras mecidas por la brisa, el océano al fondo, la luna de plata y el champán a la temperatura perfecta. Algo, sin embargo, desentonaba en la escena. Algo que no estaba ni en mí, ni en el escenario. Observé a Manuel mientras saludaba de nuevo a los clientes de alrededor y entonces intuí que era él quien chirriaba en medio de la armonía. No se comportaba de manera natural. Se esforzaba por parecer encantador y desplegaba como siempre un catálogo completo de frases amistosas y gestos cordiales pero, en cuanto la persona a quien se dirigía se daba la vuelta, su boca adoptaba un rictus serio y concentrado que desaparecía automáticamente al dirigirse otra vez a mí.
    -Así que has comprado más telas…
    -Y también hilos, complementos, adornos y un millón de artículos de mercería.
    -Tus clientas van a quedar encantadas.
    -Sobre todo las alemanas.
    Ya estaba la piedra lanzada. Tenía que hacerle reaccionar: aquélla iba a ser mi última oportunidad para ser invitada a su casa; si no lo conseguía, fin de la misión. Alzó una ceja con gesto interrogante.
    -Las clientas alemanas son las más exigentes, las que más aprecian la calidad -aclaré-. Las españolas se preocupan por la apariencia final de la pieza, pero las alemanas se fijan en la perfección de cada pequeño detalle, son más puntillosas. Por fortuna, he logrado amoldarme muy bien a ellas y nos entendemos sin problemas. Es más, creo que hasta tengo un talento especial para tenerlas contentas -dije rematando la frase con un guiño malicioso.
    Me acerqué la copa a los labios y tuve que hacer un esfuerzo para no bebérmela entera de un trago. Vamos, Manuel, vamos, pensé. Reacciona, invítame: puedo serte útil, puedo encargarme de entretener a las acompañantes de tus invitados mientras vosotros negociáis con la baba de lobo y encontráis la manera de quitaros de encima a los ingleses.
    -Hay muchos alemanes también en Madrid, ¿verdad? -preguntó entonces.
    Aquélla no era una inocente pregunta acerca del ambiente social del país vecino: aquello era un interés real sobre quiénes eran mis conocidos y qué relación mantenía con ellos. Me iba aproximando. Sabía qué tenía que decir y qué palabras usar: nombres clave, cargos de peso y un falso aire de distanciamiento.
    -Muchísimos -añadí en tono desapasionado. Me recosté en el sillón dejando caer la mano con supuesta desgana, volví a cruzar las piernas, bebí otra vez-. Precisamente la baronesa Stohrer, la esposa del embajador, comentaba en su última visita a mi atelier que Madrid se ha convertido en una colonia ideal para los alemanes. Algunas de ellas, la verdad, nos dan un trabajo enorme; a Elsa Bruckmann, por ejemplo, de quien dicen que es amiga personal de Hitler, la tenemos allí dos o tres veces por semana. Y en la última fiesta en la residencia de Hans Lazar, el encargado de Prensa y Propaganda…
    Mencioné un par de frívolas anécdotas y dejé caer algunos nombres más. Con aparente desinterés, como sin darles importancia. Y, a medida que hablaba impostando indiferencia, percibí que Da Silva se concentraba en mis palabras como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor. Apenas hizo caso a los saludos que por un flanco u otro le llegaron, no levantó la copa de la mesa y el cigarrillo se le fue consumiendo entre los dedos mientras la ceniza formaba algo parecido a un gusano de seda. Hasta que decidí dejar de tensar la cuerda.
    -Discúlpame, Manuel; supongo que todo esto te resultará tremendamente aburrido: fiestas, vestidos y frivolidades de mujeres desocupadas. Cuéntame tú, ¿cómo ha ido tu viaje?
    Extendimos la conversación durante media hora más en la que ni él ni yo volvimos a mencionar a los alemanes. Su aroma, sin embargo, pareció quedarse flotando en el aire.
    -Creo que va siendo hora de cenar -dijo mirando el reloj-. ¿Te apetecería…?
    -Estoy agotada. ¿Te importa que lo dejemos para mañana?
    -Mañana no va a ser posible. -Noté cómo dudaba unos segundos y contuve el aliento; después continuó-. Tengo un compromiso.
    Vamos, vamos, vamos. Sólo faltaba un pequeño empujón.
    -Qué lástima, sería nuestra última noche. -Mi decepción pareció auténtica, casi tanto como el ansia por oír de él lo que llevaba tantos días esperando-. Tengo previsto volver a Madrid el viernes, me aguarda muchísimo trabajo la semana que viene. La baronesa de Petrino, la esposa de Lazar, ofrece una recepción el próximo jueves y precisamente tengo a media docena de clientas alemanas deseando que…
    -Tal vez te gustaría asistir.
    Creí que el corazón se me paraba.
    -Será sólo una pequeña reunión de amigos. Alemanes y portugueses. En mi casa.
    
El tiempo entre costuras
titlepage.xhtml
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_000.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_001.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_002.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_003.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_004.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_005.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_006.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_007.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_008.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_009.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_010.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_011.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_012.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_013.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_014.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_015.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_016.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_017.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_018.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_019.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_020.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_021.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_022.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_023.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_024.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_025.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_026.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_027.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_028.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_029.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_030.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_031.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_032.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_033.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_034.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_035.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_036.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_037.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_038.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_039.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_040.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_041.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_042.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_043.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_044.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_045.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_046.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_047.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_048.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_049.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_050.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_051.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_052.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_053.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_054.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_055.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_056.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_057.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_058.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_059.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_060.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_061.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_062.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_063.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_064.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_065.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_066.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_067.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_068.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_069.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_070.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_071.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_072.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_073.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_074.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_075.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_076.htm
Maria Duenas - El tiempo entre costuras_split_077.htm